Médico de Córdova
"Mira al herrero, al
carpintero, al obrero, a todos los que batallan con la materia para darle forma, mira
sus manos y comprenderás. Tendrás que permitir que los callos endurezcan tu alma,
el nervio tu corazón y el acero tus venas, o de lo contrario irás a la deriva como una
paja a merced del viento. A partir de mañana volverás a la casa hospitalaria.
Aprenderás a apretar el pus, a limpiar la sanie, a aspirar la porquería, porque todo ello
procede del hombre, y así está hecho. ¡Sí, muchacho! Quienes te han enseñado que el espíritu está en nosotros en estado puro se han burlado del tuyo. O tú dominas el mal
o él te domina, he aquí el secreto de la vida. La chusma que va a parar al hospicio, o
no ha tenido suerte, o no ha sabido desenvolvérselas, a menudo ambas cosas, y ello
no merece un berrinche. De todos modos, no es temblando como la ayudarás. Si no
eres capaz de empaparte las manos hasta los codos, regresa a tus ensoñaciones y no te
mezcles en trabajos de hombre. Nada te prohibe que consueles con palabras
hermosas, a nadie le molesta. Pero el bien que podrás hacer se encuentra en tu fría
determinación y en la destreza de tus manos. Ahora, ve a dormir. La noche, dicen,
trae consejo. Y cuando hayas calibrado todo lo que hoy has visto y acabo de decirte,
me dirás sí o no".
Herbert le Poirrier
Herbert le Poirrier
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